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Los partidos perdidos nos hacen crecer.
El día que juega Peñarol me levanto con la ilusión de vivir el momento sublime en el que puedo decir "ya está". Es ese momento en el que se acaba el partido y donde llega la liberación y mi cable a tierra sabiendo que ganó Peñarol.
Pero no se puede ganar siempre. Y en la derrota realmente me siento más hincha de Peñarol que nunca.
El sentimiento es de dolor profundo y me pregunto ¿por qué me afecta tanto? ¿Cómo puede ser que me ponga tan mal y esté muy triste en todos los aspectos de la vida por un partido de fútbol? No hay racionalidad.
Lo que hay es pasión, un sentimiento que no tiene orígen lógico, pero que me hace desear ver a esos hermosos colores triunfando.

Me emociona mucho ir a la cancha. Es un acto que hago todos los fines de semana y que al ser tan repetitivo (como casi cualquier cosa en la vida) se podría pensar que algún día se tornará rutinario. Pero con el primer pie en el cemento de la tribuna, el sentimiento de rutina es lo más alejado de la realidad en mi.
Va en muchas cosas: gente que deja todo por ir a alentar al manya, la ilusión de gente adulta que se los ve con ojos centellantes y brillosos al ver a Peñarol ganar como si fueran niños, y justamente los niños; esos chiquitos que a veces no entienden mucho lo que pasa pero que se van muy felices si gana Peñarol.
Y a veces no se puede ganar, y en el niño se refleja la pureza más grande de todas: cuando está triste porque perdió el manya es un sentimiento arraigado desde el corazón sin intereses económicos ni de sacar provecho. Es tristeza genuina por amor puro.

Y lo mismo nos pasa a los que ya no somos niños. Quizás no podamos ser expresivos de esa forma por nuestra edad, pero todos recordamos momentos de irnos tristes a dormir y pensar en la derrota sin encontrar consulo, llorando en penumbras y acompañados de una bandera o una camiseta para sentirnos protegidos, para sentir que Peñarol no morirá jamás y sentirnos reconfortados de que la vida sigue y que un grupo de jugadores van a salir a defender a ese gran amor de nuestra vida de niños que es Peñarol.

Y con los años la vida cambia, la búsqueda de sacarnos adelante y vivir bien muchas veces nos lleva por un camino para nada divertido y quizás turbulento. Pero, en mi, vive ese niño que cuando Peñarol perdía se envolvía en su camiseta número 10 de Pablo Javier para sentirse protegido y lloraba triste, mientras besaba el hermoso escudo oro y carbón.
No vive de la misma forma en lo literal, pero el sentimiento,que tan dificil de mantener impoluto durante toda la vida es porque con los años te vas dando cuenta que la mayoría de la humanidad hace las cosas solo por plata sin importar los demás, se mantiene en el corazón.

Es así, las derrotas nos hacen madurar. Peñarol es una de mis grandes escuelas de la vida, que por ejemplo me enseñó a manejar frustraciones y que como dice una banda de rock que aprecio mucho, me enseñó que hay que estar "en las buenas, las malas mucho más"

Quizás el próximo partido nos toque sufrir la derrota, pero el niño interior que tenemos todos los manyas va a necesitar sentirse protegido y envuelto por el brillo del escudo de las 11 estrellas. Y el adulto que exterioriza todo, va a insultar sin piedad, pero también se va a sentir triste. Porque Peñarol es su amor, su pasión, su vida. Y cuando Peñarol pierde, la tristeza afecta todos los otros aspectos de su vida. porque eso es Peñarol, su vida.

Socio 111.644

















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1 comentarios:

tal cual acompaño el sentimiento y las palabras agrego que despues de perder un clasico esa amargura es muchisimo mas grande; mas por saber lo que me espera al otro dia en mi trabajo que los del otro cuadro son muchisimos mas y hay que aguantar 8 horas las cargadas
pero bueh, aqui estamos al firme con el manya que al final de cuentas, es lo que mas alegrias me da
saludos gustavo socio 132320

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